Desde que era alcantarillero, Tahar se pasaba todas sus jornadas chapoteando entre los excrementos.

Un buen día, al salir de su trabajo, una perfumería despertó su curiosidad y entró en el establecimiento.

Asombrado por todas estas fragancias desconocidas, aspiró profundamente para captarlas mejor, pero su cuerpo se puso rígido y perdió el conocimiento en el acto. Trataron de reanimarle sin éxito. Le hicieron respirar sales, le dieron cachetitos en las mejillas, le rociaron con agua, pero todo fue en vano. Tahar seguía inconsciente.

Avisado, su padre se fue a toda prisa hacia la perfumería, provisto de una cajita de excrementos.

Una vez allí, se acercó a Tahar y abrió la caja ante su nariz. Algunos segundos más tarde, éste se despertó, asombrado de encontrarse en una situación semejante.

Esta es una historia de Rûmi, maestro sufí del siglo XII.

Existen ciertos niveles del ser a los que no se puede acceder sin pasar previamente por una profunda catalepsia, o dicho de otro modo, Sin morir para uno mismo.

Si percibimos en nosotros un nuevo nivel más elevado, es preciso morir para nosotros mismos para alcanzarlo. Si nos quedamos apegados a lo que somos mientras tratamos de acceder a el, entramos en una crisis profunda. No se trata ya de renacimiento, sino de pérdida de conocimiento y de crisis.

En nuestro interior, unas perfumerías bordean nuestras alcantarillas. No es posible pasar de las unas a las otras sin transición. Es preciso avanzar lentamente para habituarse a una manera de ser nueva. Progresar no es fácil. Es por esta razón, por otra parte, por lo que se compara el trabajo y el progreso espiritual con el arte de la talla del diamante.

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