«No hay deber más necesario que el de dar las gracias»
-Cicerón-

Gracias.

Es un placer coincidir contigo a través de estas palabras porque, sin duda, son un pequeño alimento más de aquella persona que soy, al igual que lo es cada una de las cosas que he vivido. Sí, así, hasta mis peores momentos siento que tengo el deber de decir gracias.

Y no, no es un deber de obligación externa, es un deber conmigo mismo: mi bienestar emocional pasa por el filtro del agradecimiento constante a lo que tuve y a lo que fui, a lo que tengo y a lo que soy.

Y es que la gratitud, si se entiende como capacidad para reconocer un beneficio que se ha tenido, es un estado interior que se propaga hacia el exterior. Un estado que se manifiesta en palabras de agradecimiento que salen de nuestra boca de forma honesta.

Desde el momento en el que venimos al mundo hasta que nos vamos de él, somos producto de un constante flujo de experiencias que nos provocan emociones de muy distinta índole. Es por ello por lo que el deber más necesario es decir gracias.

Agradecer es equivalente a una actitud vital positiva, es sinónimo de ver el vaso medio lleno, de despertarse con el pie derecho o de abrir los pulmones para respirar. Algunos estudios, de hecho, han demostrado que agradecer mejora nuestra salud y ayuda a estabilizar nuestro bienestar emocional.

Las pequeñas cosas, las más sencillas son las más importantes y las más necesarias de agradecer.
Los malos momentos nos ofrecen grandes cambios, los errores aprendizajes, las relaciones nefastas nuevas relaciones… pero los días, los días nos ofrecen oportunidades. Una tras otra, sin reparo.

Y, aunque para Walt Whitman la vida era desierto y oasis, tenemos que aprovecharla y agradecer por ella.

Del blog: La mente es maravillosa.
¡Feliz lunes!

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